1.
ORIGEN DE LA LITERATURA ROMANA
Aunque los comienzos de
la civilización romana pueden remontarse al siglo VIII a.C, y las primeras
manifestaciones escritas en lengua latina que se han conservado, fundamentalmente
en inscripciones, a finales del siglo VI, como el lapis nigrum del foro romano en escritura bustrofédica (i. e. con
líneas escritas alternativamente de derecha a izquierda y de izquierda a
derecha, imitando el arado de los bueyes), la
aparición de la literatura latina propiamente dicha no puede establecerse hasta
bien entrado el siglo III a.C
A menudo se ha achacado
a esta primitiva civilización latina una absoluta carencia de originalidad y de
creatividad para tratar de explicar el tardío surgimiento del cultivo de la
literatura. De acuerdo con este tipo de interpretaciones, la literatura latina
sería un producto enteramente derivado de los géneros literarios griegos, a
cuya imitación servil se habrían debido las primeras obras literarias romanas a
partir de las guerras púnicas.
Sin embargo, atendiendo
a otro tipo de factores de índole política y económica que condicionaron el
desarrollo de su civilización, se percibe que Roma fue desde su fundación un
pequeño estado campesino, con una economía poco desarrollada, y en guerra permanente
con los estados vecinos. Estas circunstancias no eran, evidentemente, las más
apropiadas para la aparición de una brillante literatura autóctona.
El
gran impulso para el nacimiento de la literatura latina vino dado por el
proceso de expansión romano a lo largo y ancho de la península itálica, y por
su contacto con las otras potencias mediterráneas a comienzos del siglo III a.C.
Su
progresiva asimilación de los pueblos del sur de Italia (la Magna Grecia)
constituyó el estímulo necesario, y el desarrollo económico posterior favoreció
la creación de una prestigiosa producción literaria adecuada a los intereses
del nuevo Estado romano.
Que este contacto con
la civilización helénica del sur de Italia y la adopción de la mayor parte de
los géneros literarios griegos fueran los factores que favorecieron el
desarrollo de la literatura latina, no implica en absoluto que ésta carezca de
originalidad o que se limitara a reproducir los modelos griegos. Una afirmación
semejante equivaldría a negar originalidad a las literaturas francesa, alemana
o española simplemente por el hecho de haber heredado o imitado durante buena
parte de su historia los modelos que les fueron legados por la literatura
grecolatina.
2.
PRIMEROS TESTIMONIOS PRE-LITERARIOS
Del período
inmediatamente anterior al contacto con la literatura griega meridional se
conserva una serie de textos que, si bien no pueden ser considerados literarios
en el sentido más estricto del término, resultan interesantes como muestra del
primitivo carácter itálico que aflorará con frecuencia en la literatura latina
posterior. La mayor parte de estos textos, fundamentalmente de carácter
jurídico-administrativo, mágico-religioso o funerario, puede clasificarse en
diversos grupos:
-Las plegarias y fórmulas mágicas, entre
las que destacan el Carmen Aruale
(arua, campos cultivados), un canto litúrgico de carácter agrícola con
abundantes elementos rítmicos, como aliteraciones, anáforas y figuras
etimológicas, y el Carmen Saliare, o
Canto de los Salios, un colegio sacerdotal del dios Marte. La solemnidad de las
fórmulas empleadas en estos cánticos influyó de forma decisiva en toda la literatura
latina posterior, especialmente en la poesía.
-Las
laudationes fúnebres, una mezcla de
oratoria, biografía e historiografía, destinada a elogiar de modo retórico los
méritos del difunto. De este género se han conservado los Elogia Scipionum (dos poemas dedicados a Lucio Cornelio Escipión,
padre e hijo, cónsules, respectivamente, en los años 298 a.C. y 259 a.C). Estos
epitafios están escritos en verso saturnio, el antiguo metro de las primitivas
composiciones latinas.
-La
lírica de carácter profano,
representada por los Fescennini Versus,
cuya función habría sido en principio apotropaica (encaminada a alejar el mal
de ojo y los espíritus malignos) y que más tarde adquirieron un tono cómico de
burla o invectiva mordaz tan característica del Italum acetum recordado por Horacio en sus Sátiras (1, 7, 32). A
este tipo de textos pertenecen también los Carmina
triumphalia y los Carmina conuiualia
(cantos de triunfo y banquete que se recitaban en las celebraciones privadas).
-Los
textos de carácter legal, como las Leges XII tabularum (Ley de las doce tablas), inspiradas en las leyes de la Magna
Grecia y utilizadas desde muy temprano como texto educativo, y las Leges actiones, o fórmulas de los
procesos judiciales, que se caracterizan por su concisión y estilo lapidario.
El
primer autor de la literatura latina que conocemos con nombre y apellidos es un
orador, Apio Claudio el Ciego. Fue
censor en el año 312 a.C. y cónsul en el 313 a.C. Parece ser que su discurso
contra la propuesta de paz de Pirro en el 280 a.C. fue el primero que se
publicó en Roma, y todavía era leído y admirado en época de Cicerón. Este hecho
es una prueba más de la alta
consideración de la que gozaba la retórica como actividad literaria e
intelectual de carácter práctico y, por tanto, propia del ciudadano
dedicado a actividades públicas. No en vano, además de esta actividad oratoria,
Apio Claudio fue el responsable de la importante calzada que lleva su nombre
(Via Appia) y de uno de los primeros acueductos romanos (Aqua Appia).
3.
EVOLUCIÓN DE LA LITERATURA LATINA
Desde el punto de vista
cronológico, se pueden distinguir cuatro
etapas principales, cada una con características bien definidas, en la
evolución histórica de la literatura latina:
3.1.
Época arcaica
Se extiende desde el
final de la Primera Guerra Púnica (241 a.C.) hasta comienzos del siglo I a.C.
En un primer momento se caracterizó por su enorme dependencia de los modelos
literarios griegos. Los géneros predominantes fueron la epopeya, el teatro y la
sátira. La lírica resultaba prácticamente desconocida. La historiografía y la
oratoria se consolidaron también en esta época como géneros literarios. El
latín se afianzó definitivamente como lengua literaria, gracias a la fijación
impuesta por una serie de obras que impidieron la evolución de la lengua
escrita a la par que la hablada. Por este motivo, las obras literarias del
período dieron ya sensación de arcaísmo incluso a los autores del siglo
siguiente. La mayor parte de las obras compuestas en esta época, como las
Sátiras de Lucilio, se han perdido o se conservan de modo muy fragmentario. La
excepción la constituyen las obras técnicas de Catón, los poemas épicos de
Nevio y Ennio y, sobre todo, las comedias de Plauto y Terencio, de amplia
repercusión en la literatura europea posterior.
3.2.
Época clásica
Constituye el período
de máximo esplendor de las letras latinas. De ahí que se le haya aplicado la
calificación de edad de oro de la
literatura romana, manifiesta tanto en la can-tidad de autores como en la
calidad de su producción. Abarca desde el período final de la República (siglo
I a.C.), con autores tan destacados como Cicerón, Varrón, César, Lucrecio,
Catulo, Salustio o Cornelio Nepote, y el Principado de Octavio Augusto (31 a.C.
- 14 d.C), en el que buen número de escritores, sobre todo poetas, florecieron
al amparo del mecenazgo del mismo emperador y exaltaron su política oficial:
Virgilio, Horacio, Tito Livio,Tibulo, Propercio y Ovidio. Tanto en el último
período republicano como en la época de Augusto, la literatura adquirió un
enorme prestigio social y fue cultivada incluso por las clases aristocráticas.
3.3.
El período postaugusteo
Los siglos I y II d. C.
constituyen el período argénteo o edad
de plata. Al equilibrio clásico entre materia y forma sucede el manierismo
formal propio de casi todos los escritores de este período. Como consecuencia
de la asimilación cultural de los distintos territorios del Imperio, muchos de
los escritores de esta época proceden de diversas provincias, especialmente de
Hispania (Séneca, Lucano, Quintiliano, Marcial...). La mayor parte de estos
autores siguió los modelos de los géneros clásicos: sátira (Persio y Juvenal),
historiografía (Tácito), retórica (Quintiliano), epistolografía (Plinio el
Joven), aunque también arrancan otros nuevos, como la novela (Petronio y
Apuleyo) o la biografía (Suetonio).
3.4.
La literatura latina tardía
En los siglos III y IV
se asiste a la decadencia de la literatura romana tradicional de carácter
pagano, debido, sobre todo, a la labor de los apologistas cristianos
(Tertuliano, Minucia Félix, Cipriano o Comodiano), que se mostraron, por lo
general, bastante intransigentes con la supervivencia de la literatura
tradicional y profana. Los últimos productos de la historiografía pagana del
siglo IV los constituyen las obras de epitomadores y autores de breviarios,
como Floro, Eutropio o Amiano Marcelino. En poesía tan solo son destacables las
obras del galo Ausonio o los poemas épicos de Claudiano. La literatura
religiosa, por el contrario, alcanzó notable auge en estos siglos. En prosa
abundan los tratados teológicos de los grandes Padres de la Iglesia (San
Ambrosio, San Jerónimo o San Agustín). Los poetas cristianos adaptaron los
nuevos contenidos a los géneros clásicos paganos: épica (Juvenco), lírica
(Prudencio), epigrama (Dámaso). Con las invasiones bárbaras del siglo V y la
caída del Imperio romano de Occidente, la cultura quedó relegada a minorías
cada vez más selectas y el cultivo de la literatura se fue reduciendo
progresivamente. Las últimas grandes figuras del siglo VI, como los itálicos
Casiodoro y Boecio, los galos Venancio Fortunato y Gregorio deTours, e Isidoro
de Sevilla en la España visigótica, son ya, en cierto modo, precursores del
enciclopedismo medieval.
4. CONSERVACIÓN Y TRANSMISIÓN.
La literatura es una de
las mayores aportaciones del mundo clásico en general y romano en particular, y
de las que aún perviven con mayor vigor. Darle
a la palabra escrita un valor estético es algo que ya había sucedido antes,
pero no con la intensidad e importancia que adquirió en la Antigüedad clásica.
Un aspecto determinante del carácter y mundo romanos ha sido la creación literaria.
En Roma tuvo un papel fundamental, sin el cual no podríamos entender la
Antigüedad.
De
hecho la literatura, según hoy la entendemos, es un invento genuinamente
clásico. Las
literaturas occidentales –y entre ellas las españolas- son hijas y deudoras de la literatura clásica
en general, pero específicamente a través de la latina.
Cuando
en Roma empieza a surgir la literatura de manera escrita con autores conocidos en el s. III a. C., la literatura
griega lleva ya más de cinco siglos produciendo obras que ya gozan de una gran
tradición no sólo en Grecia, sino también en todo el Mediterráneo.
Esto hace que los géneros, los temas, los personajes, las tramas, el lenguaje,
el estilo provengan fundamentalmente de Grecia. Roma asimila la gran literatura que la precedió, la griega, y la
transmite a través de sus autores a la Europa posterior, y de ahí al resto del
mundo. Así pues, los romanos se sentían continuadores de la obra
iniciada por los griegos. Cuando Catulo (87 - 54 a. C.) remeda a Safo, quiere
continuar su obra, no repetirla, del mismo modo que Fray Luis de León
continuaba la obra de Horacio, o Garcilaso parafrasea la de Virgilio, o Molière
la de Plauto (255 - 184 a. C.).
También en Roma la
literatura gozó de gran prestigio e importancia. La oratoria latina, basada en
la retórica griega era la formación superior que todo romano que quisiera hacer
carrera debía poseer. Por esta razón Cicerón
se convirtió en uno de los paradigmas de la literatura latina. Su oratoria fue
el modelo que se debía seguir en la Antigüedad.
En Roma por primera vez
hubo escritores profesionales, se creó el patrocinio de los artistas, Mecenas (época de Augusto) fue su
primer gran ejemplo.
Pero el gran poder de Roma comenzó a declinar
en la segunda mitad del s. III d. C. y con él su interés por la
tradición literaria y científica anterior. En este periodo, la Antigüedad Tardía, hay, pese a todo, autores muy
importantes, como San Agustín de Hipona (354 - 430), Prudencio (segunda mitad
s. IV), etc., ligados a la nueva religión que se ha impuesto en el Imperio, el
cristianismo.
La
conservación de las obras literarias clásicas estuvo marcada desde su origen
por la dificultad y la fatalidad; uno de los hitos que ilustran esto último es
el incendio de la Biblioteca de Alejandría en el s I a. C., en el que se perdió
para siempre una parte muy importante del legado de Grecia.
La pérdida de interés
por la literatura clásica hizo que muchas obras dejaran de copiarse perdiéndose
para siempre. Fue ya en la Antigüedad tardía, en el declive del Imperio Romano,
cuando se perdió una parte muy importante de la literatura clásica. El griego,
lengua común entre los romanos cultos en siglos anteriores, se olvidó y produjo
una fractura en la continuación de las artes y ciencias de la Antigüedad.
La literatura latina
continuó durante la Edad Media con
periodos de más esplendor, como el Renacimiento
Carolingio en el s. VIII. La escuela
de traductores de Toledo, patrocinada por Alfonso X el sabio, sirvió
para redescubrir en Occidente autores griegos olvidados como Aristóteles o
Euclides. En la Edad Media son
los monasterios de Occidente los que, gracias a sus copias de los manuscritos
de autores clásicos, mantienen viva la tradición clásica. Pero será en
el Renacimiento, cuando vuelva a recuperarse con fuerza
el estudio de la literatura clásica. Con la invención de la imprenta comienzan a editarse de forma masiva
los clásicos.
Durante la Edad Moderna continúa la edición de los
griegos y romanos y llega hasta el siglo XX. En general y hasta el siglo XIX la influencia que la literatura clásica
ejerció sobre las literaturas occidentales se produjo a través de los autores
latinos. A partir del romanticismo,
sobre todo, se encuentra en los
originales griegos una fuente renovadora de la literatura, sin abandonar
por ello la literatura latina. Pero es en el siglo XX, cuando podemos contar con un panorama completo de la literatura clásica, en la medida de
lo posible. Su estudio e influencia continúa hasta nuestros días.
La
literatura latina es el modelo que siguen nuestros clásicos:
no podríamos entender a Lope o Calderón sin Plauto y Terencio, a Garcilaso sin
Virgilio, a San Juan de la Cruz sin Horacio, a Quevedo sin Ovidio, etc. Esta cadena literaria continúa hasta nuestros
días: si la Generación del 27 es deudora
de Garcilaso, también lo es de Virgilio, por poner un ejemplo. De este
modo, en cualquier periodo de
cualquier literatura occidental subyacerá siempre de una manera más o menos
directa la literatura clásica.
De los autores del
recién extinto siglo XX de más peso en Occidente, nombraremos a M. Yourcenar
con sus Memorias de Adriano, a James
Joyce con su Ulises o la obra poética
de Constantino Kavafis con poemas como Ítaca,
cuyos títulos ya muestran a las claras la influencia de la Antigüedad Clásica
en sus obras.
En España podemos citar
la Fedra de Unamuno, la obra poética
de Cernuda y un largo etcétera. Pero esta influencia no se limita a ser una
fuente de inspiración aportando temas y contenidos, sino que es mucho más honda
y alcanza a casi todos los aspectos formales y de fondo de las literaturas
occidentales. En los últimos años obras como El nombre de la Rosa de Humberto Eco o Alejandro de Manfredi siguen recurriendo a la Antigüedad clásica
como modelo.
Podríamos prolongar la
lista con innumerables nombres de nuestra literatura y de todas las literaturas
occidentales.
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